domingo, 23 de noviembre de 2008

La Princesa de Piedra

Debería haber corrido, pero no lo hice. Mantuve el paso firme, un poco acelerado, pero nada más. No grite, ni llame al agente de seguridad que pasó frente a mi, no busque virar mi camino hacia aquellos peatones enamorados que se hallaban reposando juntos en el puente. Solo seguíComencé a bordear todo el parque mientras aquella sombra me pisaba los talones.

Llegue hasta la zona más lóbrega del lugar, una donde nunca había deambulado. Era extraño, con Monique había realizado una expedición en los alrededores una tarde de otoño, mientras los árboles nos llenaban de sus recuerdos color sepia. Ella había traído a su novio, Erik, mientras yo...pues nunca había sido una persona muy estable amorosamente. Mi relación más larga fue de un mes, y con un perro, pero Tommy nunca pudo soportarme, así que tuve que regalárselo a un compañero de la biblioteca.

Este lugar era totalmente diferente a todo lo que había visto. Una fuerte neblina aullaba sin cesar, el frió comenzó a taladrarme el cráneo, mientras que un viejo sauce lloraba sus penas frente a un inhóspito manantial. Había un circulo formado por bancas de opaca piedra, en su centro, una estatua de una dama gris. Era increíble el detallado, no pude dejar de mirarlo, parecía tan real todo en ella, que entre parpadeo y parpadeo, mis ojos buscaban una respiración o un leve movimiento en la faz o en el cuerpo de aquella princesa de roca y cemento. Llevaba un vestido largo, que comenzaba en el borde de sus pechos, a los cuales bordeaba con una sutiles flores, quizá capullos de rosa. Como si un viento fantasmal la rodeara, el pelo como la vestimenta se movían con gracia y belleza. Su perfecta cabellera era ondulada, nacía de una corona de pétalos y culminaba a mitad de la descubierta espalda. Pero lo más hermoso era su cara, su delicado rostro. Una nariz, sin ser muy pequeña, totalmente simétrica, la boca gruesa mas no voluminosa, unas cejas que parecían el arco de la entrada al cielo y un ojos melancólicos, en forma de avellana. Su expresión, nostálgica pero encantadora. Y lo más real, una gota salina que surcaba su mejilla, recorriendo el pómulo hasta llegar hasta el mentón.

Una corriente de helado viento me recordó la presencia de mi persecutor. Me había quedado idiotizada con la imagen que tenía frente a mi. Estime que había pasado unos 30 segundos desde que me había detenido, 30 segundo suficientes para llevar a cabo un asalto, tal vez un asesinato. Así que ya era tarde para cualquier huida, era el momento para enfrentar las cosas y encarar a lo que ya parecía mi propia sombra

1 comentario:

Eloísa Vela Mantilla dijo...

Ya lo dije. Me encantó el de NY, y tus delirios son lo más.

No, NOSOTRAS SOMOS LO MÁS.

Te adoro Mon-Mon =)